Al ritmo de Sanjuanito

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Por: Manuela Botero | Fotos: Jorge Vinueza

Cocerán largo y lento

Son las 11:30 am del viernes 25 de junio y en casa de la familia Chachalo la conversa está buena. Yolanda, María, Marina, Edison Chávez –un primo— y un amigo, que ya ha adoptado el look rockero de Quito, extienden sus brazos sobre el fuego que convierte en cuero la piel de los cuyes. En la piedra de lavar, ubicada en medio de la morada, Juan, José y Federico, a quienes luego se unen Marina y Amable, despostillan con cuchillos del tamaño de un antebrazo la suma de 150 patas de ganado.

Cocerán largo y lento para producir el remedio ecuatoriano contra la mala noche: el caldo de pata.

Rosario Chachalo, de 65 años, matriarca de la familia de ocho hijos, desplaza su cuerpo para supervisar los escenarios donde se prepara la gran ocasión: este año, su hijo Amable, 38, será por primera vez prioste de una Rama de Gallos en las fiestas de San Juan de Zuleta. Un hecho histórico para la familia. Por esta razón — y porque Amable fue elegido como Director de la Comunidad de Zuleta por votación popular en marzo— los Chachalo se quieren lucir antes y después de la fiesta y recibir a manos llenas a los 500 visitantes que llegarán a su casa la mañana siguiente, antes de iniciar su ingreso triunfal a la Hacienda Zuleta.

En grandes tinas y canecas de plástico esperan su turno para pasar al asador 70 gallinas despresadas y adobadas y 570 chuletas de cerdo. No hicieron falta manos para dar sabor; la gastronomía es sin duda uno de los grandes talentos que les ha permitido salir adelante, a dondequiera que vayan, a los prósperos hombres y mujeres del valle de Zuleta, el valle que lleva el nombre de la hacienda fundada por los jesuitas en 1690, que a partir de 1898 pasó a ser propiedad de la familia del ex presidente ecuatoriano Galo Plaza Lasso.

Hasta la medianoche seguirán llegando los hermanos, tíos, primos, compadres y amigos desde Quito e Ibarra. El que llega, se pone el delantal y ¡manos a la obra!

Bailarán sin tregua

El que llega, llega con una ofrenda. La comadre de don Segundo, humilde mujer con el sol del páramo marcado en el rostro, trajo una gallina gorda y blanca y a cambio recibió dos recipientes de “champús” (una bebida de maíz sin fermentar) que vertieron en una caneca metálica para llevar, dos canastos con frutas, y pan elaborado con trigo de Zuleta, como dice la tradición. Ella, como los demás visitantes, acepta apetitosos caldos de gallina de los anfitriones. Los estruendos de los voladores y su estela de nubes, como hilachas de algodón suspendidas sobre las oscuras montañas, entablan un diálogo en el aire, cada vez más acalorado, entre los Priostes de las nueve Ramas de Gallos. Amable explota los suyos entre risotadas, anunciando que es hora de ir “a trabajar”.

San Juan es la fiesta del dar y recibir. Como en la tierra, se siembra, se pone la semilla, para luego cosechar, en San Juan se comparte y se trabaja para luego cantar, bailar y jugar.

La noche, toda azul, y los danzantes y cantadoras, con sus mejores atuendos, comienzan a aparecer en el horizonte, zapateando los caminos de tierra como siluetas de un espejismo.

“Saltadito, saltadito, cariñito. Movidito, movidito, corazón” comienza ‘el trabajo’, que en el idioma picaresco de estas fiestas es bailar y cantar en las casas vecinas a cambio de licor de puntas, chicha y “jugar al juego del Castillo”, que consiste en un arreglo de billetes, frutas y botellas de licor que se cuelga desde el techo. El que sea capaz de bajar uno de los premios, deberá devolverlo por triplicado en los próximos San Juanes.

Los hombres van tocando la guitarra (y otros instrumentos de cuerda como el bandolín y el violín), el rondín (una especie de armónica), la flauta y a veces el churo (un caracol que emite un sonido ululante), mientras que las mujeres de todas las edades les acompañan con un registro exagera exageradamente agudo, entonando coplas que tienen algo de tradición y mucho de improvisación. Así van sumando frases –según algunos “cada vez más sensuales”—, que le añaden un poco de pique a este juego de ronda.

“Mi Zuleta de mi vida, tierrita donde nací,

Mi Zuleta de mi vida, tierrita donde nací,

Donde bailo sanjuanito tomando

chicha de Jora,

Donde bailo sanjuanito tomando

chicha de Jora…”

Por obra de la luz, el licor y las coplas que se repiten una y otra vez como mantras, el trance generalizado entre los propios de la comarca y quienes los visitan desde Otavalo, Pimampiro, Riobamba, Copenhague, Boston, o Madrid van creando un solo zapateo circular, alzando polvo en las canchas de futbol, en los caminos, en las entradas de las casas… es una ardua labor que se sostiene con intensidad: las piernas avivando la fiesta.

La fiesta de San Juan Bautista se celebra el sábado más cercano al 24 de junio, después de las fiestas del Inti Raymi y antes de la fiesta de San Pedro y San Pablo, la última gran celebración indígena del verano en el norte. Es la gran ocasión que cada año reúne a la población local y los muchos familiares que han migrado a la ciudad.

Entrarán a la hacienda

Amaneció y al parecer nadie oyó los gallos, porque los voladores empezaron a tronar a las nueve y no a las seis como lo había anunciado Amable.

En medio de resacas y dolores de cabeza comenzaron a llegar a casa de los Chachalo, cuales Reyes Magos, los tres Priostes del Lado Gallo y sus familiares. Cada uno con 6 gallos vivos atados de patas a un palo. Los depositaron en el corral.

A las 12 del día ya sumaban 18 gallos (de los cuales 12 eran para entregar en la Hacienda) y los comensales que recibían su “mediano” – un plato grande con dos o tres cuyes, papas con salsa de maní, y gallina, que se ofrece de manera especial a estos priostes: los que más aportan a la causa – se reunían en una inmensa carpa blanca con sillas contratadas para la ocasión. El Prioste de Voladores se encargó de anunciar el ingreso del Prioste de la Compostura de Caballos, quien trajo un caballo elegantemente decorado con alfombras, espejos y cintas para transportar los palos de gallos a la hacienda, y de 20 acompañantes, entre ellos el joven de 13 años escogido para “dar la Loa”, un pasaje bíblico que se recita ante los patronos de la Hacienda para dar entrega de los gallos y recibir a cambio varios litros de licor de puntas, chicha y un pago simbólico por cada gallo. Esto se suma a los víveres (truchas, quesos y trigo) entregados con anterioridad a cada prioste.

Amable, que escondía su chuchaqui tras unas gafas de espejo azul (que combinaban con la chaqueta de cuero), encabezó el ingreso de su Rama a la Hacienda Zuleta. Dando las dos vueltas de rigor a la majestuosa plaza empedrada, cantando, bailando, lanzando dulces y naranjas, se detuvo bajo el balcón donde esperaba Margarita, la hija menor de Galo Plaza Lasso. “Cuando yo muera, entrarán a mi hacienda. Ahí queda todo,” cuentan que les dijo el patrón Galito antes de morir.

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