Agua Blanca, legado de los Manteños

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A orillas del valle del río Buenavista habitaba el señorío de Salangome, uno de los centros poblacionales aborígenes más importantes de Manabí. Pertenecían a la cultura manteña, quienes tenían un vínculo fraterno y comercial con los Huancavilcas. Esta poderosa alianza comercial estaba compuesta por las comunidades de Tuzco (Machalilla), Sercapez (Puerto López), Salango y Salangome (Agua Blanca). Más de seiscientos asentamientos dan constancia de su grandeza. Junto a los imperios de Jocay y Picoazá hacia el norte, Salangome era de los centros más poblados de la costa ecuatoriana. Hoy, poco más de trescientas personas conservan el legado de sus antepasados en este, su territorio.

Restos de cerámica se encuentran a través de toda la zona de Machalilla

La historia moderna de la comunidad ancestral Agua Blanca (Salangome) inicia con las exploraciones arqueológicas del escocés Collin Mcewan. A finales de los años setenta, el explorador trabajaría en conjunto con el arqueólogo ecuatoriano Presley Norton, quien despertaría su curiosidad por las culturas milenarias de Manabí.

Los arqueólogos empezaron sus estudios en la Isla de la Plata, pero fue la cantidad de piezas arqueológicas pertenecientes a la cultura Salangome lo que los atraería constantemente como un imán.

Un hallazgo importante fueron las vasijas funerarias in situ muy bien conservadas.

Más de 650 estructuras de piedra, una tras otra, fueron estudiadas. Poco o nada se sabía de sus orígenes. El proyecto arqueológico que Mcewan dirigió por más de diez años tuvo un grato recibimiento por parte de la comunidad, quienes ahora portan orgullosos estos conocimientos. Los estudios se acompañaron con una organizada estructura social que tuvo como resultado el éxito de este proyecto comunitario que en 2020 fue nombrado como Pueblo Mágico, uno de los cuatro de nuestra costa.

Gran parte de los locales vive ahora del turismo. No hay mucha agricultura en la zona. «Es decisión propia», comenta Paúl Martínez, presidente de Agua Blanca. «Hace tiempo nos quisieron desalojar, pero ahora administramos nuestro propio territorio», continúa. Más de 9.000 hectáreas dentro del Parque Nacional Machalilla compone su zona, misma que inicia al pie de la cordillera Chongón Colonche.

Los paisajes de Machalilla en transición a la época húmeda.

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Conservadores de su legado

Agua Blanca tiene su propio museo. En él, hay maquetas de las viviendas tradicionales. La estructura es casi idéntica a las de hoy en día, son más bien los materiales de construcción lo que las diferencia. Por ejemplo, los techos de madera de tagua y de marfil que por su escases no pueden utilizarse actualmente. Las viviendas tenías unos quince metros de alto y cincuenta de construcción. El bambú recubierto con arcilla era el pilar de las viviendas que por dentro asemeja el museo.

Algunas construcciones de los Salangome tenían apariencia de casa comunal.

Más de un millar de piezas arqueológicas dan vida a esta joya de la historia ancestral manaba. Cada una cuenta historias de diversos periodos, desde los Valdivia hasta los Manteños, a los que pertenecían los habitantes de Salangome. La manera de identificar cada pequeña pieza es el color de su cerámica. «Las menos rojizas pertenecen a tiempos preincaicos», explica Rolando Asunción, guía local de la comunidad. Asimismo, el tumbago (alineación de oro y cobre) de las artesanías también daban pistas sobre la época a la que pertenecen.

La distribución de los Manteños que habitaban a orillas del río Buenavista estaba perfectamente organizada.

Además de expertos constructores y artesanos, los comuneros de Salangome también estaban muy conectados con su espiritualidad. En el museo hay rodillos decorados con motivos de su flora y fauna que utilizaban para ‘tatuar’ su cuerpo en ceremonias. Para Plinio Merchán, chamán de la comunidad, esta era una decisión de autodefinir su cultura como lo siguen haciendo a día de hoy. Ritos como el de los solsticios de junio y de diciembre se siguen practicando para adorar al sol y sus provisiones. Pero, sin duda, uno de los actos más sublimes de su espiritualidad era la conexión con la muerte.

Al salir del museo, hay una exhibición de urnas funerarias in situ, enterradas a casi dos metros de profundidad. Los habitantes de Salangome eran colocados verticalmente en vasijas y en posición fetal, pues creían que esta era la manera adecuada para ascender a otro plano espiritual. Creían en la reencarnación, y por ello eran incluso enterrados con sus prendas favoritas. La cerámica y la arcilla eran tan bien elaboradas que permanecían intactas a pesar de la erosión del suelo que conservó estos elementos para la historia. Había también entierros secundarios, que se referían a aquellos en los que enterraban a dos o más personas juntas.

Vasijas funerarias en perfecto estado de conservación.

Un oasis de origen volcánico

A pesar de todas las maravillas arqueológicas, las naturales no se quedan atrás. La laguna sulfurosa es de los íconos naturales más emblemáticas de aquí. De hecho, en ella reposa el nombre de la comunidad. Es habitual que se forme una capa de color blanco sobre el agua, misma que desaparece con su movimiento. Tiene una profundidad máxima de cuatro metros, donde se recoge el lodo grisáceo con el que se embarra a los visitantes. Se lo deja reposar por unos diez o quince minutos antes de enjuagarlos y se dice que es bueno para la piel, manchas y espinillas. Los locales afirman que siempre ha estado aquí, y que proviene de una raíz volcánica subterránea que tiene concentraciones de azufre.

Baños en el agua sulfurosa de Agua Blanca, donde puedes untar el lodo con propiedades curativas…

Esta es una zona de relajación sin igual, donde además del tratamiento de barro también hay servicios de spa y masajes. La mayoría de estos tratamientos se practican con extractos de palo santo, que crece en cantidad en la zona. Sus beneficios incluyen los alivios de dolores de cabeza, cuerpo y estrés. También se utiliza el palo santo como mentol, aceites e inciensos para complementar la experiencia. Para quienes gusten de algo más intenso, pueden también realizar una ceremonia de temazcal.

No hay mejor manera de terminar la visita que en este spa natural.

Hay quienes complementan su visita conociendo los bosques de San Sebastián y Guayacán de los Monos. Aquí habitan dos de los árboles más importantes de la provincia: los ceibos, que pueden vivir por más de trescientos años, y los árboles de algarrobo, que crecen hasta veinticinco metros bajo tierra, una cualidad casi poética que se relaciona con la realidad de Agua Blanca ya que el árbol florece entre más seco está. En los años setenta hubo una de las mayores sequías de Manabí. Paradójicamente, gracias a las interminables lluvias durante el Fenómeno del Niño y el arduo trabajo de reforestación de la comunidad, el entorno conserva el privilegio de su maravillosa flora y fauna.

«Mi padre solía talar estas tierras, pero entendió de a poco que eso no es bueno», relata el vicepresidente de la comunidad, Humberto Martínez. Ha sido un trabajo de aprendizaje diario, en el que la conservación y el turismo comunitario ha florecido para convertirse hoy en un destino único. Actualmente, la comunidad forma parte de la Base Mundial de Territorios de Vida, siendo la primera en Ecuador y Sudamérica. Su legado y forma de vida siguen siendo un tributo a la resistencia cultural aborigen de Manabí, orgullo para el país y el mundo.

En los bosques de Agua Blanca se esconden todavía los rezagos de su historia.

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Fotografías: Andrés Molestina

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